"A las 9 de la noche del miércoles 28 de Diciembre de 1796 siendo asistente de esta Ciudad el Excmo. Sr. D. Manuel Cándido Moreno subió el río hasta los contornos exteriores de ella hasta el nivel correspondiente al pie de este azulejo" Ubicación: calle Bailén.
Las mayores inundaciones de la historia reciente de
Sevilla.
El interés de la ciudad por mantener la navegabilidad del río, ha permitido
que Sevilla sea la única ciudad de interior del país con puerto, a pesar de los
124 km de navegación que llegaron a separarla del mar. Este interés está más
que justificado. La Hispalis romana o la Isbiliya árabe, deben gran parte de su
esplendor a su puerto marítimo; y, sobre todo, la Sevilla castellana del siglo
XVI, centro del comercio con el nuevo mundo y una de las ciudades más
importantes de la época. Pero estos beneficios que el río otorgó, se acompañó
siempre de un gran problema, sus imparables crecidas torrenciales.
Las primeras riadas históricas en Sevilla.
Anteriores al siglo XV tenemos documentadas 5 riadas, pero la más sonada
acaeció en 1168. Tenía Sevilla por entonces, y hasta mediados del siglo XIX,
unas murallas con el doble objetivo de resguardarla de ejércitos enemigos y
también de crecidas del río. Pero en esta ocasión, las aguas le socavaron
grandes agujeros por los cuales enormes trombas de agua y lodo se precipitaron,
sorprendiendo al pueblo confiado. El panorama desolador amalgamaba cadáveres y
materiales en una visión alucinante..
En los siglos XV y XVI anotamos 13 riadas. En cuanto a la siguiente
centuria, con 22, destaca la de 1626, el «año del diluvio», como Rodrigo Caro y
Quevedo se cartearon, que afectó a todo el país. Sin embargo, la del 4 de abril
de 1649 fue todavía peor, pues la hambruna posterior y el hacinamiento y las
calles anegadas contribuyeron a la expansión por los arrabales de la peor
epidemia de peste negra que Sevilla ha sufrido.
Para el siglo XVIII se contabilizan un total de 18 avenidas, con un ascenso
progresivo de la magnitud de las mismas. La de 1783-84 fue la mayor conocida
desde el siglo XV, nefasta por sus destrozos y pérdida de vidas, sobre todo en
los arrabales. Se llevó gran parte de las casas de Triana, el puente de barcas
y los navíos atracados, que desaparecieron o se los llevó la corriente río
abajo. Obligó a reparar después la zona de La Barqueta y la muralla norte, además
de la construcción de la zapata de la calle Betis.
Las riadas sufridas por la Sevilla contemporánea.
En el siglo XIX sigue aumentando la cadencia del número de crecidas, con un
total de 43. La de 1876 fue la mayor avenida hasta esa fecha, alcanzando el
agua una altura de + 8,7 metros; si bien antes de acabar el siglo fue superada
por la de 1881, con + 9 metros, y la de 1892, que alcanzó los + 9,3 metros,
siendo la mayor de las que se tienen datos. Curiosamente, las tres se
produjeron tras el discutido derribo del recinto amurallado. La última riada
decimonónica de importancia fue la de 1895, no por su virulencia, sino por lo
recurrente del fenómeno. Hasta en seis ocasiones el Guadalquivir tomó Sevilla
al asalto y desbarató la vida de sus ciudadanos. En las zonas no plenamente
incorporadas a la ciudad (Triana, Humeros, Macarena, San Roque, La Calzada, San
Bernardo, la Resolana, la Carretería, el Baratillo y la Cestería) al estar
fuera de las murallas, no contaban con la protección de éstas frente a las
crecidas del río y fue donde más se hicieron sentir los efectos de las aguas
desbordadas como la destrucción de viviendas, rotura de pozos negros, daños en
comercios e industria, etc; que a su vez derivaron en enfermedades infecciosas como
tuberculosis, reuma, paludismo o hepatitis.
En el siglo XX tuvieron lugar las obras más importantes de defensa de la
ciudad, con los grandes cambios en el cauce próximo a Sevilla, que finalmente
llevaron al control de las inundaciones. En la primera mitad de la centuria las
crecidas todavía fueron frecuentes y algunas de gran magnitud, pero en la
segunda mitad descendieron significativamente, produciéndose un total de 27.
Entre 1910 y 1919 y también entre 1924 y 1927, el Guadalquivir inundó la
ciudad con cotas de aguas superiores a 6 metros sobre el cero geográfico, que
se mide en Alicante. Por entonces el cauce del río que atravesaba Sevilla aún
era el Guadalquivir, no el canal de Alfonso XIII que habría de inaugurarse más
tarde. Las condiciones de vida en la ciudad cuando se producían inundaciones
eran especialmente calamitosas en los arrabales y zonas más bajas como la
Alameda de Hércules. Allí es donde se cebaban las aguas del Guadalquivir y
aumentaban las enfermedades.
La gran avenida de 1926 hizo saltar las alarmas ante la proximidad de la
Exposición Iberoamericana (1929). Resaltó el Plan de 1927 (Plan Brackenbury),
como se le conoce por el segundo apellido del ingeniero redactor, don José
Delgado Brackenbury, que tenía como principal objetivo la ampliación y mejora
de las condiciones de los muelles hispalenses, además de incluir la tantas
veces reclamada defensa de Triana. El eje de toda la obra era la apertura del
nuevo cauce, que estaba formado, partiendo desde la Cartuja, por tres curvas de
amplio radio, seguidas de otras tantas alineaciones rectas, las últimas de las
cuales era una prolongación del tramo de las Pitas en el brazo de San Juan.
Además, en 1926 se había inaugurado también la corta de Tablada, gran obra
hidráulica con la cual se tenía la esperanza de controlar las inundaciones.
Habría que esperar hasta el año 1947 para encontrarnos con la siguiente
gran riada sufrida por la ciudad, que expulsó a 7.000 personas de sus viviendas
a causa del desborde del Guadalquivir. No solo en Sevilla se sintieron sus
efectos, también en la provincia (Alcalá del Río, Brenes, La Algaba, Tomares,
San Juan de Aznalfarache, Gelves, La Puebla, Coria…). La fuerza del agua, que
se llevó vidas y casas, anegó zonas enormes de la ciudad, y la Pañoleta era un
enorme lago. Lo mismo ocurrió en la Alameda, donde estuvieron achicando agua
una semana.
Tras esta inundación, la autoridad municipal tomó la iniciativa creando una
Comisión de Auxilio a Damnificados para atender las necesidades de la
población, llegando a formar un presupuesto municipal extraordinario de diez
millones de pesetas para financiar los gastos ocasionados. No obstante, el
gobierno tomó conciencia del peligro que podía suponer para el régimen el
descontento ciudadano por una mala gestión de las inundaciones, por lo que
concedió subvenciones al Ayuntamiento para atender a los damnificados, aceleró
la construcción de viviendas económicas y promovió la ejecución de obras de
defensa.
Sin embargo, a comienzos de 1948 se produjo en Sevilla otra tremenda riada
provocada por la rotura de los muros de defensa del Guadaira. El martes
27 de enero las aguas desbordadas cubrieron los barrios de la Trinidad, San
Julián, la Ronda de Capuchinos, el Fontanal, la Corza, la Calzada, Campo de los
Mártires, Santa Justa, la calle Oriente, San Benito, Puerta Osario, Puerta
Carmona, Cerro del Águila, Tiro de Línea, Puerta de Jerez, Puerta Real,
Enramadilla, Cruz del Campo, El Porvenir, Ciudad Jardín, Prado de San
Sebastián, Avenida de la Borbolla, Parque de María Luisa y Heliópolis.
Pero la mayor riada de la Sevilla reciente fue protagonizada por el
Tamarguillo, afluente del río principal de la ciudad, el 25 de noviembre de
1961. Los resultados fueron más de 550 hectáreas anegadas, cuatro muertos,
125.000 sevillanos afectados, más de 30.000 sin hogar, 1.600 chabolas
destruidas y 1.200 edificios con graves daños. Aun así la consecuencia más
recordada es el accidente aéreo de un avión que participaba en las labores de
ayuda de la población. A la catástrofe del agua se sumó los más de 20 muertos y
heridos del siniestro del avión.
Sin embargo, algo positivo sí salió de las crecidas de las aguas: la
solidaridad de los sevillanos. Primero de forma desorganizada y después
bajo el paraguas de la “Operación Clavel”, los sevillanos que no se habían
visto afectados por el agua se echaron a la calle a ayudar. El ejército, por su
parte, estuvo más de 50 horas seguidas conteniendo las aguas que intentaban
tomar la ciudad y levantando diques que frenaran la riada desde el Tamarguillo.
Finalmente, en 1982 se terminó de construir la corta de La Cartuja, que
alejó todo el cauce vivo del casco urbano de Sevilla, con un trayecto recto sin
meandros, ofreciendo un nivel de protección superior frente a las inundaciones.
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