Calle Pedro Niño
Calle San Diego
Calles datadas por Pablo de Olavide en 1771
Calle Abades Alta: actual calle Abades
Se
ubica en pleno casco antiguo, en las inmediaciones de la Catedral y
la plaza de La Virgen de los Reyes. Va de Corral del Rey a Mateos Gagos y es
paralela a Don Remondo. Esta calle formó parte de Sevilla ya en la época
romana.
En el siglo xiii, Fernando III le
dio el nombre de Abades porque allí vivían clérigos y canónigos, ya hecha
catedral y por estar cerca del palacio arzobispal. En 1983 fue adquirida por el
Estado y restaurada para la ubicación de las Reales Academias de las Buenas
Letras, Bellas Artes y Medicina. En esta calle fueron encontrados los capiteles
corintios que rematan los fustes de las columnas colocadas en la Alameda de Hércules.
Hay una letrilla popular sobre esta
calle: "En la calle Abades, todos son tíos y
ninguno padres".
En 1298, en época árabe, se ha dicho de
que se encontraron subterráneos y cimentación de una casa (según Argote de Molina), en la que estuvo la Escuela de
Magia Diabólica que tenían los moros. En su subsuelo existe una red de
laberintos de callejones y tabiquerías. En el número 43, ya en nuestros día,
estuvo la Escuela Francesa. Y en el número 16, nació y murió el canónigo
Francisco Muñoz y Pavón. En el número 14 se encuentra el noble edificio de
la casa de los Pinelo, construida en el siglo xvi para
Diego Pinelo, canónigo de la catedral.
Calle Ataúd: Desaparecida, desembocaba en calle Vida
Calle Costales: actual calle San Felipe
Su nombre se debe así por estar situada a la espalda del convento de San Felipe Neri. A finales del siglo XVI, se le llamó calle del Doctor Cuevas. Posteriormente, se llamó calle Costales. En el año 1845, se llamó calle San Felipe y continúa así en la actualidad.
Calle Cruz de la Parra: actual calle Monsalves
La vía discurre desde
la calle Silencio hasta la Plaza del Museo: "Calle de los Monsalves. Corresponde al
cuartel A. y á la parroquia de san Vicente. La antigua casa de los caballeros
Monsalves situada en esta calle le ha dado el nombre. La casa es magnífica de
grande fachada de balconaje, con dos puertas, con portadas muy arregladas de
medias columnas de piedra tosca, con su cornisa y encima el escudo de armas de
este noble linage. La calle es ancha, y pasa desde la de san Eloy, (aunque ya
advertí que un pedazo tiene otro nombre) y concluye en la del Clavel". (González de León, 1839, p. 365
Calle de la Muerte: actual calle Susona.
Susona, una mujer cuyos designios del corazón acabaron con toda su familia. A finales del siglo XV, los judíos de Sevilla eran
técnicamente judioconversos por presión de la Santa Inquisición, pero aún así,
recibían todo tipo de amenazas y desprecio por parte de los cristianos. Hartos
de esta situación decidieron montar una rebelión. El lugar en el que se
reunieron para organizarla fue la casa de Diego Susón, cabecilla de
la revuelta y padre de Susona Ben Susón, que era conocida
como «la fermosa fembra».
Susona recibía múltiples halagos de sus pretendientes
y eso hacía que ella quisiera escalar en la vida social, de manera que cuando
tuvo oportunidad, empezó a verse en secreto con un noble caballero cristiano.
Una noche se enteró de la revuelta que estaban
organizando los judíos encabezados por su padre. Sin dudarlo, fue a advertir a
su amado para que pusiera a salvo a los suyos. ¿Qué consiguió con esto? que su padre y una veintena de judíos más acabasen ahorcados. Susona pagó un alto precio por irse de
la lengua e incluso, hay dos leyendas totalmente diferentes
que especulan sobre su destino:
La primera de ellas es que tras ser
marginada por los judíos, buscó ayuda en la Catedral,
donde el arcipreste Reginaldo de Toledo la bautizó y le dio la absolución. Más
tarde se retiraría a un convento para calmar su conciencia y años después
volvería a su hogar para llevar una vida de cristiana ejemplar.
La otra leyenda nos cuenta que tuvo dos
hijos con un obispo y que cuando este la abandonó, se fue con un comerciante.
Tras morir dejó un testamento que decía lo siguiente: “Y para que sirva de
ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya
muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la
puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”.
Su voluntad se respetó y durante un
siglo, su cabeza permaneció sobre la puerta de su casa, dando nombre a la calle de la Muerte. Más tarde se sustituyó la cabeza por un azulejo con el nombre
de la calle: Susona. A día de hoy, todavía podemos ver este azulejo en la
judería que nos recuerda la historia de la hermosa y deslenguada Susona.
Calle de los Tiros: actual calle Martínez Montañés
Juan Martínez Montañés fue un escultor español que trabajó entre la escultura del Renacimiento y la del Barroco. Se formó en Granada y completó su educación en Sevilla, donde se estableció para el resto de su vida, convirtiéndose en el máximo exponente de la escuela sevillana de imaginería.
Sevilla siempre ha estado en deuda con él y por eso le ha dedicado estatuas y le ha puesto su nombre a una calle. Pero la actual Calle Martínez Montañés antes tuvo otro nombre no menos sugestivo: la Calle de los Tiros, como puede apreciarse en un azulejo instalado en la misma calle.
Calle del Cristo: actual calle Lepanto
Su nombres es en conmemoración de la batalla de Lepanto que tuvo lugar el 7 de Octubre del año 1571. En la cual se enfrentaron los turcos otomanos contra una coalición cristiana, llamada Santa Liga, y formada por España, Venecia y la Santa Sede. Los cristianos resultaron vencedores, salvándose solo 30 galeras turcas. Se frenó así el expansionismo turco por el Mediterráneo occidental.
La armada aliada estuvo al mando de don Juan de Austria, secundado en la armada española por Álvaro de Bazán, Luis de Requesens y Gian Andrea Doria, mientras que la veneciana iba capitaneada por Sebastián Veniero y la pontificia por Marco Antonio Colonna. Entre todos reunían más de 200 galeras, 6 galeazas y otras naves auxiliares.
La escuadra turca, al mando de Euldj Alí, señor de Argel y gran marino, contaba con 260 galeras. En esta batalla participó Miguel de Cervantes, que resultó herido, sufriendo la pérdida de movilidad de su mano izquierda, sin que le fuera mutilada.
Calle de los Ángeles:
Se trata de una céntrica vía ubicada cerca de la Catedral de Sevilla en la confluencia de la calle Abades y la calle Cardenal Sanz y Flores con Mateos Gago. Su estrechez hace que, a pesar de encontrarse en un entorno tan céntrico sea una calzada muy tranquila y poco frecuentada. Años atrás esta calzada estaba alumbrada por unos faroles pero en la actualidad han desaparecido.
Los primeros datos de esta calle se remontan al siglo XVI, época en la que precisamente se le dio el nombre de «Ángeles» a este tramo del viario. El motivo de este nombre estuvo en la aparición de unos ángeles de pequeño tamaño pintados en el retablo de Ánimas.
Este retablo en el que aparecieron los ángeles se puede ver en la actualidad, sin embargo las pinturas que le dieron nombre a la calle apenas se aprecian tras el paso de los años. La lluvia y el calor los han ido borrando a pesar de que en el año 1950 el artista Manuel González Santos volviera a pintarlos para que se siguiera rememorando su hallazgo. La cruz del retablo ha estado presidiéndolo de forma intermitente durante años hasta que en los 90 fue repuesta de forma definitiva.
Esta calle, como muchas otras del viario sevillano, también esconde una leyenda, la del beso. Aparece en un libro del escritor Manuel Cano y Cueto que narra la historia de un amor imposible entre el rey Pedro I y una judía que se enamoró de él pero que quiso matarlo por no ser correspondida.
Calle de los Monjes de la Paz: actual calle Bustos Tavera
Su nombre se debe así por vivir en dicha calle el Caballero Don Bustos Tavera, perteneciente a una familia principal de Sevilla en el siglo XIV.
Después de la reconquista de Sevilla por el Rey Fernando III el Santo, en noviembre del año 1248, la calle se llamó Calle de los Melgarejos. Posteriormente se llamó Calle de los Tovar. Más tarde se llamó Calle del Barón de San Quintan calle Monjes de la Paz por encontrase allí el antiguo convento de Nuestra Señora de la Paz, y en el año 1839 se le llamó calle Bustos Tavera y sigue así en la actualidad.
El Tribunal de la Santa Inquisición estuvo en el numero 24 de esta calle en el año 1635 por obras en el castillo del Arrabal de Triana donde tenia su sede.
Calle Pedro Niño:
La vía nace de un
punto en el que confluye con las calles Amparo y Viejos y discurre luego hasta desembocar
en el cruce de Cervantes, San Andrés y Angostillo:
"Calle de don Pedro Niño. Sita en el
cuartel C. y en la parroquia de san Andrest el nombre lo tomó de don Pedro
Niño, hermano del Arzo, bispo de esta ciudad don Fernando Niño; y veinte y
cuatro de ella, el cual era poseedor de casi todas las casas de esto calle, que
despues han pasado á otros dueños. En ella esáa la casa principal del mayorazgo
de los señores condesd de Montelirios, de que ya se ha hablado. Es larga y
medianamente ancha; pero triste y torcida. Pasa desde la plaza de san Andres á
la de los Viejos". (González de León, p. 393).
Calle San Diego:
Su nombre se debe así por un retablo de San Diego de
Alcalá que tenía una de las casas de dicha calle. Desde mediados del siglo XVII, se llamó calle San
Diego y continúa así en la actualidad.
Calle Santa Teresa:
La vía discurre desde
la calle Ximénez de Enciso hasta la Plaza de Santa Cruz.
Debe el título al convento de las Teresas, sito allá. "Calle de santa Teresa. El convento de
monjas Carmelitas Descalzas de santa Teresa de Jesus, situado en esta calle, es
el que le ha dado el nombre de las monjas Teresas. Este convento lo
fundó la misma santa viviendo en Sevilla, en unas casas en la calle de las
Armas el año de 1575 donde apenas tuvo forma, pues habiendo dicha santa
padecido calumniosa persecucion, no pudo atender á su perfeccion; pero libre y
triunfante de ella el año siguiente de 1576, mejorando de edificio en la calle
de la Pajería, quedó en forma constituido. En la Pajería permaneció algunos
años hasta que se estableció en esta calle donde permanece sin nada esterior
que observar. Esta calle la ilustró viviendo los últimos años de su vida y
muriendo en ella en una casa frente al referido convento, que hoy vive el
escribano de cámara don Pedro Montes; el célebre pintor Bartolomé Estevan
Murillo, honor de Sevilla, padre de la pintura y embidia de las naciones
estrangeras, que á muy subidos precios se llevan sus mejores cuadros con
menoscabo de nuestra opulencia y pérdida de los mas preciosos monumentos de
nuestras artes, para enriquecer con ellos sus mejores palacios y museos. Freno
se ha puesto á esta estraccion tan perjudicial, es verdad; pero aun no es
bastante y es por desgracia tarde, pues quizás hay mas cuadros buenos fuera de
la Nacion, que los que se conservan. La calle (que pertenecía á la antigua
Alhamia) es estrecha y pasa de calle Encisos á la plaza de santa Cruz, à cuya
parroquia y cuartel B. pertenece" (González de León, 1839, pp. 435-436)
Calle Real de la Carretería:
La denominación más antigua que se halla
es la de Real de la Carretería, por ser la calle principal del barrio, hasta
que en 1859 se le cambió por el de Varflora en memoria de Fernando Valderrama,
franciscano fallecido en 1804 y autor de obras históricas y bibliográficas
sevillanas que firmaba con el seudónimo de Fermín Arana de Varflora. En 1935 se
acordó rotular la calle con el nombre completo, pero poco después se volvió al
de Varflora, que ha estado vigente hasta el año 2000, para retomarse el
primitivo de Real de la Carretería.
Calle de trazado irregular en los
primeros tramos, incluso con un ángulo recto en el inicial, el más cercano a
Arfe, y muy a pesar de los intentos de alineación diseñados en el Siglo XIX.
Esas intentonas sólo fructificaron a partir de Rodo con un trazado recto y de
mayor anchura hasta el final. Es, además, la antigua Varflora cuenca receptora
de varios afluentes, léase calles. Por la acera de los impares desembocan en
ella San Diego, Malhara, Aurora, Pavía y Rodo; por la derecha se abren
Toneleros, Techada y Donoso Cortés para que la cruce Velarde. El nombre de la
actual Techada se debe a que dicha calle discurría bajo el piso alto de una
vivienda y así permaneció hasta que en los años 20 del pasado siglo fue
liberada de dicha cubierta. Parece ser que hasta el Siglo XIX existía un
callejón sin salida denominado Boquete y que en 1845 se incorporó al caserío.
La actividad predominante en esta calle,
como en otras calles del barrio, ha sido la tonelería junto a unos almacenes
que en el Siglo XIX se destinan, sobre todo, a la aceituna. Por esto, en 1910,
el periódico sevillano El Liberal promueve
una campaña en contra de estas actividades por lo que supone de ocupación
indebida de la vía pública. En la actualidad, Real de la Carretería es lugar de
residencia.
Cuenta la tradición que alrededor de
1550 un tonelero llamado Pedro Luis encontró en una corriente de agua
subterránea una imagen. Ese riachuelo bajo tierra no era otro que el arroyo
Tagarete en su camino hacia el río. Dicen que una brillante luz dimanaba de
dicha imagen. Era una imagen que se había ocultado durante la dominación
musulmana y que, bajo la advocación de Virgen de la Luz, sería el origen de la
hermandad de la Carretería.
En 1586 se constituyó esta Hermandad de
la Carretería que tradicionalmente procesiona en este Viernes Santo para abrir
la nómina de cofradías que hacen estación en la Santa Iglesia Catedral.
Hermandad de enorme solera y de un indudable buen gusto que se refleja en la indumentaria.
Túnicas y capirotes de terciopelo azul oscuro, de un azul que la voz popular
personaliza definiéndolo como azul carretería. Y otro detalle del señorial
linaje de la hermandad es su título: Pontificia y Real Archicofradía de
Nazarenos del Santísimo Cristo de la Salud, María Santísima de la Luz en el
Sagrado Misterio de sus Tres Necesidades al pie de la Santa Cruz, San Francisco
de Paula, Gloriosa Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora
del Mayor Dolor en su Soledad.
La angostura del lugar donde se halla la
capilla hace que no sean muchos los agraciados que puedan contemplar la
milagrosa salida del misterio. Pero merece la pena el esfuerzo de adentrarse
por el laberinto que confluye en la antigua Varflora para acordarse de los
versos de Ramón Cue cuando compruebe la destreza del capataz y los ímprobos
esfuerzos de la gente de abajo.