sábado, 29 de junio de 2024

CURIOSIDADES: CALLES DE OLAVIDE (II)


 Calle Pedro Niño








Calle San Diego



Calles datadas por Pablo de Olavide en 1771

Calle Abades Alta: actual calle Abades

Se ubica en pleno casco antiguo, en las inmediaciones de la Catedral y la plaza de La Virgen de los Reyes. Va de Corral del Rey a Mateos Gagos y es paralela a Don Remondo. Esta calle formó parte de Sevilla ya en la época romana.

En el siglo xiii, Fernando III le dio el nombre de Abades porque allí vivían clérigos y canónigos, ya hecha catedral y por estar cerca del palacio arzobispal. En 1983 fue adquirida por el Estado y restaurada para la ubicación de las Reales Academias de las Buenas Letras, Bellas Artes y Medicina. En esta calle fueron encontrados los capiteles corintios que rematan los fustes de las columnas colocadas en la Alameda de Hércules.

Hay una letrilla popular sobre esta calle: "En la calle Abades, todos son tíos y ninguno padres".

En 1298, en época árabe, se ha dicho de que se encontraron subterráneos y cimentación de una casa (según Argote de Molina), en la que estuvo la Escuela de Magia Diabólica que tenían los moros. En su subsuelo existe una red de laberintos de callejones y tabiquerías. En el número 43, ya en nuestros día, estuvo la Escuela Francesa. Y en el número 16, nació y murió el canónigo Francisco Muñoz y Pavón. En el número 14 se encuentra el noble edificio de la casa de los Pinelo, construida en el siglo xvi para Diego Pinelo, canónigo de la catedral.

Calle Ataúd: Desaparecida, desembocaba en calle Vida

Calle Costales: actual calle San Felipe 

Su nombre se debe así por estar situada a la espalda del convento de San Felipe Neri. A finales del siglo XVI, se le llamó calle del Doctor Cuevas. Posteriormente, se llamó calle Costales. En el año 1845, se llamó calle San Felipe y continúa así en la actualidad.

Calle Cruz de la Parra: actual calle Monsalves 

La vía discurre desde la calle Silencio hasta la Plaza del Museo: ​"Calle de los Monsalves. Corresponde al cuartel A. y á la parroquia de san Vicente. La antigua casa de los caballeros Monsalves situada en esta calle le ha dado el nombre. La casa es magnífica de grande fachada de balconaje, con dos puertas, con portadas muy arregladas de medias columnas de piedra tosca, con su cornisa y encima el escudo de armas de este noble linage. La calle es ancha, y pasa desde la de san Eloy, (aunque ya advertí que un pedazo tiene otro nombre) y concluye en la del Clavel". (González de León, 1839, p. 365

Calle de la Muerte: actual calle Susona. 

Susona, una mujer cuyos designios del corazón acabaron con toda su familia. A finales del siglo XV, los judíos de Sevilla eran técnicamente judioconversos por presión de la Santa Inquisición, pero aún así, recibían todo tipo de amenazas y desprecio por parte de los cristianos. Hartos de esta situación decidieron montar una rebelión. El lugar en el que se reunieron para organizarla fue la casa de Diego Susón, cabecilla de la revuelta y padre de Susona Ben Susón, que era conocida como «la fermosa fembra».

Susona recibía múltiples halagos de sus pretendientes y eso hacía que ella quisiera escalar en la vida social, de manera que cuando tuvo oportunidad, empezó a verse en secreto con un noble caballero cristiano.

Una noche se enteró de la revuelta que estaban organizando los judíos encabezados por su padre. Sin dudarlo, fue a advertir a su amado para que pusiera a salvo a los suyos. ¿Qué consiguió con esto? que su padre y una veintena de judíos más acabasen ahorcados. Susona pagó un alto precio por irse de la lengua e incluso, hay dos leyendas totalmente diferentes que especulan sobre su destino:

La primera de ellas es que tras ser marginada por los judíos, buscó ayuda en la Catedral, donde el arcipreste Reginaldo de Toledo la bautizó y le dio la absolución. Más tarde se retiraría a un convento para calmar su conciencia y años después volvería a su hogar para llevar una vida de cristiana ejemplar.

La otra leyenda nos cuenta que tuvo dos hijos con un obispo y que cuando este la abandonó, se fue con un comerciante. Tras morir dejó un testamento que decía lo siguiente: “Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”.

Su voluntad se respetó y durante un siglo, su cabeza permaneció sobre la puerta de su casa, dando nombre a la calle de la Muerte. Más tarde se sustituyó la cabeza por un azulejo con el nombre de la calle: Susona. A día de hoy, todavía podemos ver este azulejo en la judería que nos recuerda la historia de la hermosa y deslenguada Susona.

Calle de los Tiros: actual calle Martínez Montañés

Juan Martínez Montañés fue un escultor español que trabajó entre la escultura del Renacimiento y la del Barroco. Se formó en Granada y completó su educación en Sevilla, donde se estableció para el resto de su vida, convirtiéndose en el máximo exponente de la escuela sevillana de imaginería.
Sevilla siempre ha estado en deuda con él y por eso le ha dedicado estatuas y le ha puesto su nombre a una calle. Pero la actual Calle Martínez Montañés antes tuvo otro nombre no menos sugestivo: la Calle de los Tiros, como puede apreciarse en un azulejo instalado en la misma calle.

Calle del Cristo: actual calle Lepanto

Su nombres es en conmemoración de la batalla de Lepanto que tuvo lugar el 7 de Octubre del año 1571. En la cual se enfrentaron los turcos otomanos contra una coalición cristiana, llamada Santa Liga, y formada por España, Venecia y la Santa Sede. Los cristianos resultaron vencedores, salvándose solo 30 galeras turcas. Se frenó así el expansionismo turco por el Mediterráneo occidental.

La armada aliada estuvo al mando de don Juan de Austria, secundado en la armada española por Álvaro de Bazán, Luis de Requesens y Gian Andrea Doria, mientras que la veneciana iba capitaneada por Sebastián Veniero y la pontificia por Marco Antonio Colonna. Entre todos reunían más de 200 galeras, 6 galeazas y otras naves auxiliares.

La escuadra turca, al mando de Euldj Alí, señor de Argel y gran marino, contaba con 260 galeras. En esta batalla participó Miguel de Cervantes, que resultó herido, sufriendo la pérdida de movilidad de su mano izquierda, sin que le fuera mutilada.

Calle de los Ángeles:

Se trata de una céntrica vía ubicada cerca de la Catedral de Sevilla en la confluencia de la calle Abades y la calle Cardenal Sanz y Flores con Mateos Gago. Su estrechez hace que, a pesar de encontrarse en un entorno tan céntrico sea una calzada muy tranquila y poco frecuentada. Años atrás esta calzada estaba alumbrada por unos faroles pero en la actualidad han desaparecido.

Los primeros datos de esta calle se remontan al siglo XVI, época en la que precisamente se le dio el nombre de «Ángeles» a este tramo del viario. El motivo de este nombre estuvo en la aparición de unos ángeles de pequeño tamaño pintados en el retablo de Ánimas.

Este retablo en el que aparecieron los ángeles se puede ver en la actualidad, sin embargo las pinturas que le dieron nombre a la calle apenas se aprecian tras el paso de los años. La lluvia y el calor los han ido borrando a pesar de que en el año 1950 el artista Manuel González Santos volviera a pintarlos para que se siguiera rememorando su hallazgo. La cruz del retablo ha estado presidiéndolo de forma intermitente durante años hasta que en los 90 fue repuesta de forma definitiva.

Esta calle, como muchas otras del viario sevillano, también esconde una leyenda, la del beso. Aparece en un libro del escritor Manuel Cano y Cueto que narra la historia de un amor imposible entre el rey Pedro I y una judía que se enamoró de él pero que quiso matarlo por no ser correspondida.

Calle de los Monjes de la Paz: actual calle Bustos Tavera

Su nombre se debe así por vivir en dicha calle el Caballero Don Bustos Tavera, perteneciente a una familia principal de Sevilla en el siglo XIV.

Después de la reconquista de Sevilla por el Rey Fernando III el Santo, en noviembre del año 1248, la calle se llamó Calle de los Melgarejos. Posteriormente se llamó Calle de los Tovar. Más tarde se llamó Calle del Barón de San Quintan calle Monjes de la Paz por encontrase allí el antiguo convento de Nuestra Señora de la Paz, y en el año 1839 se le llamó calle Bustos Tavera y sigue así en la actualidad.

El Tribunal de la Santa Inquisición estuvo en el numero 24 de esta calle en el año 1635 por obras en el castillo del Arrabal de Triana donde tenia su sede. 

Calle Pedro Niño:

La vía nace de un punto en el que confluye con las calles Amparo y Viejos y discurre luego hasta desembocar en el cruce de Cervantes, San Andrés y Angostillo:

"Calle de don Pedro Niño. Sita en el cuartel C. y en la parroquia de san Andrest el nombre lo tomó de don Pedro Niño, hermano del Arzo, bispo de esta ciudad don Fernando Niño; y veinte y cuatro de ella, el cual era poseedor de casi todas las casas de esto calle, que despues han pasado á otros dueños. En ella esáa la casa principal del mayorazgo de los señores condesd de Montelirios, de que ya se ha hablado. Es larga y medianamente ancha; pero triste y torcida. Pasa desde la plaza de san Andres á la de los Viejos". (González de León, p. 393).

Calle San Diego:

Su nombre se debe así por un retablo de San Diego de Alcalá que tenía una de las casas de dicha calle. Desde mediados del siglo XVII, se llamó calle San Diego y continúa así en la actualidad.

Calle Santa Teresa:

La vía discurre desde la calle Ximénez de Enciso hasta la Plaza de Santa Cruz. ​ Debe el título al convento de las Teresas, sito allá. "Calle de santa Teresa. El convento de monjas Carmelitas Descalzas de santa Teresa de Jesus, situado en esta calle, es el que le ha dado el nombre de las monjas Teresas. Este convento lo fundó la misma santa viviendo en Sevilla, en unas casas en la calle de las Armas el año de 1575 donde apenas tuvo forma, pues habiendo dicha santa padecido calumniosa persecucion, no pudo atender á su perfeccion; pero libre y triunfante de ella el año siguiente de 1576, mejorando de edificio en la calle de la Pajería, quedó en forma constituido. En la Pajería permaneció algunos años hasta que se estableció en esta calle donde permanece sin nada esterior que observar. Esta calle la ilustró viviendo los últimos años de su vida y muriendo en ella en una casa frente al referido convento, que hoy vive el escribano de cámara don Pedro Montes; el célebre pintor Bartolomé Estevan Murillo, honor de Sevilla, padre de la pintura y embidia de las naciones estrangeras, que á muy subidos precios se llevan sus mejores cuadros con menoscabo de nuestra opulencia y pérdida de los mas preciosos monumentos de nuestras artes, para enriquecer con ellos sus mejores palacios y museos. Freno se ha puesto á esta estraccion tan perjudicial, es verdad; pero aun no es bastante y es por desgracia tarde, pues quizás hay mas cuadros buenos fuera de la Nacion, que los que se conservan. La calle (que pertenecía á la antigua Alhamia) es estrecha y pasa de calle Encisos á la plaza de santa Cruz, à cuya parroquia y cuartel B. pertenece" (González de León, 1839, pp. 435-436)

Calle Real de la Carretería: 

La denominación más antigua que se halla es la de Real de la Carretería, por ser la calle principal del barrio, hasta que en 1859 se le cambió por el de Varflora en memoria de Fernando Valderrama, franciscano fallecido en 1804 y autor de obras históricas y bibliográficas sevillanas que firmaba con el seudónimo de Fermín Arana de Varflora. En 1935 se acordó rotular la calle con el nombre completo, pero poco después se volvió al de Varflora, que ha estado vigente hasta el año 2000, para retomarse el primitivo de Real de la Carretería. 

Calle de trazado irregular en los primeros tramos, incluso con un ángulo recto en el inicial, el más cercano a Arfe, y muy a pesar de los intentos de alineación diseñados en el Siglo XIX. Esas intentonas sólo fructificaron a partir de Rodo con un trazado recto y de mayor anchura hasta el final. Es, además, la antigua Varflora cuenca receptora de varios afluentes, léase calles. Por la acera de los impares desembocan en ella San Diego, Malhara, Aurora, Pavía y Rodo; por la derecha se abren Toneleros, Techada y Donoso Cortés para que la cruce Velarde. El nombre de la actual Techada se debe a que dicha calle discurría bajo el piso alto de una vivienda y así permaneció hasta que en los años 20 del pasado siglo fue liberada de dicha cubierta. Parece ser que hasta el Siglo XIX existía un callejón sin salida denominado Boquete y que en 1845 se incorporó al caserío.

La actividad predominante en esta calle, como en otras calles del barrio, ha sido la tonelería junto a unos almacenes que en el Siglo XIX se destinan, sobre todo, a la aceituna. Por esto, en 1910, el periódico sevillano El Liberal promueve una campaña en contra de estas actividades por lo que supone de ocupación indebida de la vía pública. En la actualidad, Real de la Carretería es lugar de residencia.

Cuenta la tradición que alrededor de 1550 un tonelero llamado Pedro Luis encontró en una corriente de agua subterránea una imagen. Ese riachuelo bajo tierra no era otro que el arroyo Tagarete en su camino hacia el río. Dicen que una brillante luz dimanaba de dicha imagen. Era una imagen que se había ocultado durante la dominación musulmana y que, bajo la advocación de Virgen de la Luz, sería el origen de la hermandad de la Carretería.

En 1586 se constituyó esta Hermandad de la Carretería que tradicionalmente procesiona en este Viernes Santo para abrir la nómina de cofradías que hacen estación en la Santa Iglesia Catedral. Hermandad de enorme solera y de un indudable buen gusto que se refleja en la indumentaria. Túnicas y capirotes de terciopelo azul oscuro, de un azul que la voz popular personaliza definiéndolo como azul carretería. Y otro detalle del señorial linaje de la hermandad es su título: Pontificia y Real Archicofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Salud, María Santísima de la Luz en el Sagrado Misterio de sus Tres Necesidades al pie de la Santa Cruz, San Francisco de Paula, Gloriosa Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad.

La angostura del lugar donde se halla la capilla hace que no sean muchos los agraciados que puedan contemplar la milagrosa salida del misterio. Pero merece la pena el esfuerzo de adentrarse por el laberinto que confluye en la antigua Varflora para acordarse de los versos de Ramón Cue cuando compruebe la destreza del capataz y los ímprobos esfuerzos de la gente de abajo.  

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