Se encuentran en el
barrio de San Bartolomé casi al inicio de la calle Mármoles, junto a unos edificios de viviendas. Están
varios metros por debajo del nivel del suelo y tienen una altura aproximada de
15 metros.
Estas tres columnas gigantescas pertenecieron a un templo romano de la Colonia Iulia Romula, nuestra Híspalis romana. Es difícil ubicar en el tiempo este templo, por una parte se cree que pudiera ser de finales del siglo I d.C. y, por otro del II o el III d.C. con correspondencia con los emperadores sevillanos Trajano o Adriano, aunque nada es seguro.
Originariamente eran seis columnas las que se podían contemplar en este punto de la ciudad pero dos de ellas tuvieron un destino que, hoy, podemos contemplar en la Alameda de Hércules pues fueron trasladadas allí por orden del Conde de Barajas, Francisco Zapata Cisneros, en el año 1574, donde podemos admirar, en lo más alto, a dos personajes claves en la Historia de nuestra ciudad: Hércules y Julio César, los fundadores de Sevilla. Trasladar las columnas a la Alameda fue una tarea ímproba por la sinuosidad de las calles sevillanas y la distancia a recorrer hasta su emplazamiento final que constituyó todo un desafío. Crucial en ese traslado fue Bartolomé Morel que dispuso una serie de carros que tenían la misión de salvar esquina y otros obstáculos portando estas enormes columnas de 9,80 metros de altura y 0,90 metros de diámetro.
En el panel explicativo que encontramos en la calle podemos leer -textualmente-: “Estas columnas fueron elaboradas en época del emperador Adriano (finales del siglo I y principios del siglo II d.C.) y formaron parte de edificaciones públicas, posiblemente templos. En el siglo VI d.C. fueron reutilizadas aquí para construir un gran conjunto eclesiástico.
Los tres fustes monolíticos miden casi 9 metros de altura, son de granito egipcio, como los del Panteón de Roma, y se asientan sobre basas de mármol local. Se encuentra a su cota original, a 4,50 metros de profundidad respecto al nivel de la calle. La columna que falta en esta “cuenta” se destruyó en un traslado al Real Alcázar que ordenó el rey Don Pedro I “El Justiciero” o “El Cruel”. Se fracturó a la altura de la calle Borceguinería que hoy es Mateos Gago que desemboca en la plaza de la Virgen de los Reyes junto a la Catedral. Es la huella imborrable que tiene una ciudad eterna de los tiempos del Imperio Romano llamada Sevilla.
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