Botarruedas en la calle Ximénez de Enciso
Algunos pueden pensar que su utilidad puede estar relacionada con el hecho de reforzar los muros de antiguos caserones y palacetes, otros pueden pensar que es algo simplemente decorativo pero es algo que llama la atención. La respuesta es más simple de lo que parece.
El urbanismo sevillano, de herencia medieval y musulmán principalmente, se compone de laberínticas calles. En ocasiones muy estrechas y por la que siglos atrás transitaban un sin fin de carros. A esto hay que añadir la ausencia de piedra en la mayor parte de las construcciones debido a la ausencia de canteras en las cercanías por lo que, tradicionalmente, la arquitectura sevillana ha sido siempre levantada en ladrillo, con muy contadas excepciones y el ladrillo es un material bastante frágil ante roces o golpes.
En esa ausencia de la piedra, había que idear alguna solución para reforzar los muros de las casas. Especialmente en las calles más estrechas y en las paredes más cercanas a las esquinas o los cruces de calles. Estas ruedas de molino, una vez "jubiladas" de la función para la que fueron creadas (normalmente procedían de molinos harineros y papeleros), se reutilizaron para reforzar y proteger los muros a la altura de los ejes de los carros y evitar daños en las edificaciones.
Botarruedas y bolardos (marmolillos si eran de piedra)
En ciudades donde abundaba las construcciones en piedra se daba una solución diferente. Normalmente se rebajaba la piedra a la altura de los ejes de los carros para que pudieran pasar por calles estrechas sin dañar los muros. Sin embargo, en Sevilla, eso no era una solución válida. Estas ruedas de molino también se utilizaron para reforzar los pavimentos de tierra apisonada normalmente.
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