miércoles, 3 de enero de 2024

PABELLONES EXPO 29: PABELLÓN DE BELLAS ARTES


 


Fue proyectado en 1911 dentro del primer diseño para la Exposición Iberoamericana, formando parte del conjunto de edificios permanentes que constituirían lo que poco después pasó a llamarse Plaza de América, junto a los pabellones Mudéjar y Real. El primer concurso para su construcción quedó desierto por lo que hubo que esperar hasta 15 de junio de 1912, para que publicara nuevamente en el Boletín Oficial del Comité Ejecutivo, junto al Palacio de Industrias y Artes Decorativas, actual Pabellón Mudéjar, con un presupuesto, modificado del primero, por un total de 746.328,08 pesetas, que al final casi duplicara esta cantidad, finalizándose siete años más tarde en 1919.

En 1912, la ciudadanía se encontraba en un estado de crispación debido a que a falta de un año y medio de la fecha de la inauguración del certamen, entonces prevista para 1914, solo se encontraban redactados los planos generales del recinto, y los proyectos de los pabellones permanentes, Bellas Artes e Industrias, y se estaba replanteando su ubicación por lo que se cuestionaba la propia celebración de la muestra, por tanto, la construcción de los edificios. Por ello se aceleraron los trámites y, poco después de la fecha fijada para la finalización del plazo, para la presentación de ofertas, el día 15 de julio, se inician las obras. En el primitivo proyecto este pabellón, igual que el Pabellón Mudéjar, daba su fachada al Paseo de las Delicias, pero cambiada la ubicación del Stadium, quedaron situados en el lugar que ocupan.

Diseñado por Aníbal González y bautizado como Palacio del Renacimiento, fue el edificio más caro de la Plaza de América sobrepasando ampliamente el presupuesto del Pabellón Mudéjar. Desde el primer momento se decidió que la futura utilización del mismo tuviera funciones museísticas, por ello Aníbal González estudió los principales museos de Europa antes de disponer el espacio, procurando dos objetivos: la buena circulación de los visitantes por los distintas salas y la mínima ornamentación; y, por otra parte, la iluminación cenital de las mismas, dado que un museo debe estar pensado para las obras que en él se exhiben.

Por ello se aplicaron los criterios de la instalación de numerosas salas de reducido tamaño, para así evitar la aglomeración de obras en un mismo espacio, y la utilización de paramentos lisos de color neutro, preferentemente de color gris, con una ornamentación en la parte superior para evitar distracciones del espectador, recibiendo una iluminación central indirecta.

En relación a este último objetivo, fue el que más problemas acarreó a los arquitectos conservadores, que más tarde intervinieron en el mantenimiento del edificio. Desde un  principio se había intentado respetar la luz central con que se había dotado al edificio, pero en la práctica se demostró los inconvenientes que ello conlleva, primero las inevitables goteras ya que, por falta de un equipo permanente de mantenimiento, el enmasillado de los cristales, que constituían la cubierta, no fuera renovado en el tiempo adecuado produciéndose el endurecimiento y por tanto la filtración de agua en la época de lluvia, y por otro lado, debido al clima extremo sevillano, las altas temperaturas que se tenían que soportar en las mismas salas, hasta la instalación del sistema de aire acondicionado.

Con respecto al primer objetivo de la buena circulación de los visitantes por las salas, ha de tenerse en cuenta que fue un acierto la disposición longitudinal del edificio jalonado de cuerpos transversales conectando la circulación interior de las salas, con las galerías cubiertas, que ponen al visitante en contacto con el paisaje ajardinado exterior que rodea al edificio. Esta solución tiene antecedentes en la Galería Inglesa de Dilwich. Y la rotonda oval central del conjunto, está inspirado en los Museos Vaticanos, así mismo otros detalles recuerdan los modelos alemanes en Munich.

El estilo neo-plateresco está claramente marcado tanto en su fachada como en sus interiores. Al espíritu romano y culto de la Sevilla occidental, le cabe la gloria del Descubrimiento y Colonización Americana, así los valores estéticos más queridos por la Academia se basan en el renacimiento que inundan todo el edificio.

El arquitecto estructura el edificio con un bloque longitudinal atravesado por cinco cuerpos tomando como muestra el palacio salmantino de Monterrey así como las Universidades de Salamanca y Alcalá, con sus patios de columnas sacados al exterior por las galerías porticadas, con un aspecto intencionadamente sobrio.

En el interior, su imponente fachada culmina por un bello frontón que es acompañado de una delicada cristalería que recorre toda la cubierta del edificio. A través de su pórtico nos introducimos a un pequeño hall, donde nos encontramos con la monumental puerta de  caoba de su entrada principal, con temas alegóricos y expresa indicación de nombres de artistas, músicos, literatos y pintores, en especial al sevillano Murillo, dentro de cartelas en relieve.

Para esta labor de diseño, Aníbal González contó con la colaboración inestimable de su hermano, Cayetano González, del pintor Manuel de la Cuesta, del escultor Antonio Bidón y del artista del taller de la Cuesta, Fernando Ponti.

El edificio se diseñó con dos plantas, actualmente el interior dispone de tres: La planta sótano se creó con funciones de aislar la humedad el patio expositivo y servir para que las canalizaciones de servicios no estuvieran visibles.

Como museo, hoy día esta planta sótano sirve como exposición de prehistoria; la baja como exposición romana hasta la época árabe; y la planta superior, alberga distintas dependencias del museo arqueológico, esta última de nueva construcción. Sin duda, la sala más impresionante es la Sala Elíptica, situada tras la entrada principal y adornada en mármol. Alberga una de las mejores colecciones de escultura clásica extraída en suelo español, de esta sala parten las dos alas laterales.

La distribución en pequeñas salas muy poco decoradas, para que no distraigan la atención sobre la sobras expuestas, con haces de luz indirectas y cenitales; algo que hoy en día es normal en los edificios para estos usos, pero que en aquella época fue una gran novedad, cuyas claraboyas fueron realizadas por la prestigiosa casa Hermanos Maunejean así como la construcción del sótano para aislar el edificio de las humedades.

La sobras sufrieron grandes retrasos por problemas económicos. Otro factor que influyó en la tardanza de su construcción fueron las disensiones que produjeron al poco de iniciarse las obras entre Aníbal González y el contratista Hijo de Miguel Fernández Palacios. Cuando la empresa se comprometió a la construcción del edificio, no sabía las dificultades que conllevaba el vaciado de los motivos ornamentales en piedra artificial, así como otras cuestiones, lo que dio lugar a la dimisión de José Gómez Millán como arquitecto de la empresa y la rescisión del contrato en 1915 por el Comité. adjudicándose más tarde la construcción a Alfonso Granado Oller, cuando se inauguró la Plaza de América aún no se habían finalizado las obras, concluyéndose estas en 1919.

El edificio se situaba a tres metros del rasante de la plaza, ocupando una superficie de 3.143, 48 metros cuadrados; los lados mayores tenían una longitud de 119 metros y los laterales 25,40 metros el cuerpo central, que es de mayor anchura, posee 40,60 metros desde la fachada principal a la posterior.

El acceso se proyectó mediante tres entradas, la más importante en la fachada principal y otras dos en las fachadas laterales. La principal se diseñó como una portada monumental de casi 8 metros de altura por 4,5 de ancho, precedida esta como las laterales, por una amplia escalinata. Esta puerta central daba acceso a un pequeño vestíbulo, donde se situaba a derecha e izquierda las puertas a la portería y el guardarropa, situándose también en estos departamentos la entrada al sótano y a la cámara situada entre el techo y la cubierta. En la fachada posterior de este cuerpo central, se situó un pórtico con dos pequeños departamentos para aseos.

Desde el vestíbulo se accedía tras franquear la imponente puerta de caoba bellamente tallada, al Salón de honor, más conocido como Elíptico por la forma de éste. Su eje mayor tenía 23 metros y el menor 14, y una altura de 13,45 metros. Aprovechando el grueso de la unión de los muros, se instalaron en el salón cuatro hornacinas en la que se proyectaba instalar igual número de grupos escultóricos. A derecha e izquierda del Salón Elíptico, se desarrollaba el resto del edificio, comunicándose con grupos de salas mayores dimensiones de 210 metros cuadrados y otras más pequeñas de 82,56 metros cuadrados y casi 9 metros de altura todas ellas.

Para la decoración y ornamentación del edificio, se había adoptado el estilo Renacimiento español, interpretado con sobriedad y severidad de líneas, por ello se debía procurar que no haya excesivamente profusión, para lo que se combina el empleo de los sillares, decorados con el de los lisos. Columnas estriadas con capiteles provistos de sendas ménsulas ornamentales, arquitrabes de sencillo trazado, frisos con diferentes motivos de decoración, cornisas en lo que predomina la línea constructiva y útil para el fin a que se destinan, archivoltas y molduras de diferentes clases contorneando las puertas y ventanas, cresterías de gran altura y calado dibujo coronando los distintos muros, frontones de tranquila silueta, plintos, impostas... toda la decoración en fin, hallase subordina al estilo adoptado para el edificio y a la estructura interior de la construcción.

Para la decoración en relieve de los frisos de los entablamentos de los pórticos que rodean todo el edificio, se representaron en medallones, retratos de artistas españoles que fueron maestros en la pintura, escultura, música, poesía y artes industriales sevillanos o que trabajaron aquí, cuya relación fue facilitada por el arqueólogo José Gestoso, y entre otros se encontraban los pintores Murillo, Velázquez, Valdés Leal, Pacheco, Duque Cornejo, Salzillo, Pedro Roldán; los literatos, Juan de la Cueva, Francisco de Rojas, Cervantes; los músicos Guerrero y Eslava y los artesanos Juan de Arfe, Bartolomé Morel, etc.

Para la realización de todos estos elementos se utilizaría piedra artificial, debiendo procederse antes del modelado de loas diferentes piezas, a ejecutarlas en yeso o barro los modelos correspondientes que debían ser aprobadas por la dirección técnica. Para facilitarles esta labor a los contratistas de las obras; Aníbal González diseñó y mandó ejecutar, a mitad del tamaño real, distintos modelos de escudos, capiteles y frisos, que sirvieran para la ornamentación del pabellón.

El proyecto fue ejecutado prácticamente sin modificaciones esenciales, salvo la eliminación de las puertas laterales, que pasaron a ser galerías abiertas, y lugar donde los visitantes podrían descansar y deambulatorio entre distintas aulas, dando lugar a uno de los elementos  más desconocidos y a la vez más bellos del exterior del pabellón, sus balconeras, de estilo renacentista clásico, y sus esquinas son adornadas con escudos acompañados de dragones.

También en el exterior encontramos múltiples elementos decorativos, como frisos y estatuas, entre éstas las personificaciones de las artes, mediante esculturas en hornacinas, así podemos apreciar la Cerámica, la Historia; y la más curiosa, la Arqueología, representada por una hermosa dama de pie, reposando sobre su pierna derecha, con la mano izquierda apoyada en un astil de un enorme pico; y la derecha  elevada hasta la altura de la cabeza para sujetar una pieza que contempla.

Para proveerse de las esculturas necesarias para la ornamentación del edificio, fue convocado, por el Comité Ejecutivo, un concurso nacional restringido fallado en 1913, entre cuyas bases se pedían ocho estatuas, de dos metros y medio de altura, para las hornacinas exteriores que representaran: la Arquitectura, la Pintura, la Escultura, la Música, la Literatura, la Historia, la Arqueología y las Artes Industriales, así como la realización de cuatro grandes grupos figuras infantiles "putis" con escudos para el remate de las cuatro esquinas; y cuatro grupos escultóricos alegóricos, de tres metros de alto por dos de ancho, sobre el Arte, la Ciencia, el Trabajo y el Genio, parea las cuatro hornacinas del Salón Elíptico y que, sin embargo, al final, estas últimas, fueron colocados en la Glorieta de Covadonga obteniendo el premio del concurso Lorenzo Coullaut Valera, que estaba asociado con Manuel Delgado Brackenbury, cuyo fallo no estuvo exento de polémica. Por dichos trabajos los escultores percibieron la cantidad de 41.997 pesetas.

El Pabellón es una muestra del eclecticismo de Aníbal González, obsesionado por renovar la arquitectura sevillana, reinventando los estilos anteriores. Es, sin duda, uno de los edificios más impresionantes del siglo XX en Sevilla, además de ser un museo en sí mismo con múltiples esculturas, artesonado, mármoles, etc. a lo largo de todo el edificio, y una de las mejores mezclas del eclecticismo en Sevilla. Eso sí, alejado de lo neo-mudéjar y el ladrillo que tan característica hacen a la obra de Aníbal González. Mención especial merecen los magníficos artesonados con que cuenta el edificio, que merecen por sí un estudio aparte y su urgente conservación.

Fuente: Juan José Cabrero Nieves

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