De padres a
hijos, de abuelos a nietos. Las cosas buenas son las que llegan a formar parte
de la vida diaria y del alma de barrios y personas. El bar que ahora regenta
Álvaro Pérez Medina, o mejor dicho Álvaro Peregil, ha hecho honor al nombre de
Quitapesares desde 1915.
Penas, alegrías y cante, sobre todo mientras que el gran –cantando y físicamente– Peregil estaba detrás de la barra, han quedado impregnadas en unas paredes con muchas historias.
Su hijo Álvaro es la demostración del refrán "dichosa la rama que al tronco sale" y no sólo físicamente. "Cada vez te pareces más a tu padre”, le dice Pilar, quien lo conoce desde niño, asomada a la puerta mientras él no para de preparar para que todo esté listo. Además del bar de la plaza Padre Jerónimo de Córdoba, tiene dos establecimientos en la calle Mateos Gago.
El Quitapesares es, lo ha sido siempre, un punto de encuentro de personas y memorias. “Algunos de los que se sientan en la plaza los fines de semana con sus hijos para comer son los mismos que hace años venían aquí a tomarse la penúltima”, cuenta Álvaro.
Un sitio donde tomar el vino de naranja de Moguer y un buen plato de garbanzos o de cola de toro. Sin olvidar el montadito de pringá, con el sabor de los bocadillos que las madres hacían para una cena rápida los días en los que tocaba comer cocido. A la misma altura del montadito está el chicharrón de Cádiz traído desde Paterna.
Porque la taberna de la plaza Padre Jerónimo de Córdoba (la del Rialto) lleva desde hace 70 años siendo casi tanto de Manzanilla (Huelva) como de Sevilla. Pero sobre todo, es de Pepe Peregil.
El cantante-
tabernero que siempre tuvo un rato para cada uno de los que entraban en su bar
está muy presente en cada rincón de la taberna. Como si la estatua que le
hicieron los sevillanos y que está donde la plaza desemboca en Jáuregui fuera a
cruzar para seguir detrás de la barra mano a mano con Álvaro en cualquier
momento.
Todo en el Quitapesares habla del saetero de Manzanilla. Cada foto tiene su historia, su anécdota. Como la amistad de Peregil con el tenor Alfredo Krauss, la imagen del cantaor con los Reyes. Pero no sólo famosos y gente conocida, el Quitapesares ha sido siempre uno de los centros de reunión del barrio. Raro es el vecino que no se asoma a saludar o directamente a tomar un vasito del auténtico vino de naranja de Huelva.
Tanto en la plaza –a la que los veladores le han dado una vida que hace mucho tiempo que no tenía– como dentro, refugiado entre unas paredes que han oído mil y una historias de otras tantas noches sevillanas y muchas canciones, abundan los parroquianos con más o menos frecuencia y hábito. Tampoco faltan turistas, "sobre todo los nacionales, que son los que más valoran el trabajo, pero sobre todo hay mucho barrio".
En enero hará 15 años que Peregil falleció y bien orgullosa puede estar su familia del gran legado que ha dejado. "Sabíamos que mi padre era una persona muy querida, pero cuando murió nos dimos cuenta de hasta qué punto", recuerda Álvaro. Ellos son tres hermanos muy unidos y entre todos decidieron que él tomara las riendas del bar. En septiembre de ese mismo año, comenzó una nueva etapa para el despacho donde se quitan las penas. Pero no llegaba de vacío. Traía 16 años de experiencia en su bar de la calle Mateos Gago. Allí tiene otros dos sitios para echar fuera los pesares: La Goleta, en los terrenos donde su familia tenía hace muchos años un despacho de vinos y Álvaro Peregil. "Aquí fue donde Juan García Avilés, un tío de mi madre, a principios del siglo XX fue pionero en Sevilla en despachar el auténtico vino de naranja".
Hay en el Quitapesares una especie de hilo materno que le da un carácter rompedor al actual responsable. El primer propietario se lo dejó a su yerno, y así ha ido sucediendo hasta que ha llegado a Álvaro, que ha roto esa especie de línea sucesoria de las hijas (en realidad del cónyuge por cosas de la época).
En estos doce
años ha habido de todo, hasta una pandemia que puso a prueba la resistencia de
muchos hosteleros y donde tuvieron que echar mano de la palabra más temida y
repetida en estos tiempos, reinventarse.
Algunas cosas llegaron con el Covid para quedarse: las mesas de dentro, los veladores en la plaza y otra forma de entender la hostelería con horarios. "Antes era complicado que se cumplieran. Hemos sido muy crueles con nosotros mismos, aguantando las tres o las cuatro de la mañana, y otra más, y ahora una copa, y ahora una cerveza. Cuando llegaba la época de los ensayos de costaleros, por ejemplo, las noches eran interminables", recuerda.
En este camino,
Álvaro Peregil ha tenido como compañera a su esposa, Ana. “Gracias a ella,
existo”. Su mujer, sus hijas, su madre y hermanos y sobrinos. Todo tan familiar
como el ambiente del bar.
Aquí todos se
sienten como en su casa. Tanto que no hay parroquiano que pase por la puerta y no
se asome a comentar algo. Esta es una de las principales características de los
bares y de los taberneros: La complicidad aunque sea casi a volapié
en una época donde el valor más escaso es el tiempo para uno mismo y para los
demás.
Por eso sigue desde 1915 repartiendo el peculiar sabor del vino de naranja. Por cierto, una copa del que tienen en este bar y si los pesares no se quitan del todo, se suavizan. Prueben a sentarse a mediodía, con los rayos de sol de invierno templando el frío, levanten la copa y brinden con la mirada en la estatua de Pepe Peregil por las estirpes de taberneros de siempre que luchan por seguir manteniendo el noble arte de colocarse tras la barra.
Una tapa de cocido, un montadito de pringá y una copa de vino de naranja para tener un poco de Moguer en el paladar. Y la cuenta en la barra y hecha con tiza, como siempre fue.
Dirección: Plaza Padre Jerónimo de Córdoba nº 3
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