Un ecléctico club-social subterráneo que rompe fronteras y une a las
personas en una despreocupada efervescencia colectiva rara vez encontrada una
noche normal en las calles de Sevilla.
El lugar no es fácil de encontrar. Uno no sabría que está allí por el
aspecto exterior del lugar. Se ha de conocer a la gente adecuada o ser
increíblemente hábil siguiendo indicaciones. Escondida en un rincón oscuro
de la calle Feria, la entrada no es más que dos pesadas puertas de metal que
muestran un par de décadas de desgaste con una tarjeta laminada pegada a cada
lado sobre las que están impresas las palabras «Toca al Timbre» en letras
negras y lisas. Encima, hay un letrero carmesí sin iluminación con el nombre
de este establecimiento pseudo-clandestino: La Bicicletería.
En unos treinta segundos, se encuentra uno con uno de los tres porteros que
rápidamente le empuja adentro con poco más que una palabra o dos, dependiendo
de a qué hora se llegue y cómo de grande sea el grupo que vaya contigo. La
suerte depende de quién esté trabajando esa noche. Si resulta que está
José, entonces puede haber algún problema si es ya «tarde» (02:00). José
tiene una voluble aunque rápida forma de hacer su trabajo. Si no se puede
entrar, dirá bruscamente aunque con cortesía «tío, lo siento, ya no se puede
entrar» y se acabó. Normalmente, sin embargo, éste no será el caso y, con
una palabra amable y un cigarrillo. José siempre va a hacerte un sitio. De
todas formas, lo importante es que los porteros son muy hospitalarios,
tienen una buena dosis de humildad, y recuerdan las caras. Si te portas bien con
ellos, se portarán bien contigo, así de simple.
Al empujar las puertas, se entra a un mundo que nunca habrías imaginado que
existiría detrás de ellas. Amontonada en unas diez mesas pequeñas de todo
tipo y tamaño que se alinean en las cuatro paredes cubiertas de arte de la
planta baja, hay gente de todas las edades y ambientes. El tamaño del espacio,
que es aproximadamente el de un garaje, es el que obliga a todo el mundo a
juntarse, pero en un sentido armónico. Una noche, uno puede sentarse al lado
de un hippy que tiene el pack completo: cuentas en sus rastas, y un olor
curioso además de llevar un albornoz al que ató nudos antes de teñirlo para
conseguir el diseño.
Tal vez te sientes al lado de un Rasta que viene desde África al que
podrías atribuir el raro olor a humo en el aire o podrías estar sentado junto
al gerente de una sucursal del Banco Santander que está cansado de la «rutina”
diaria. Lo que siempre es entretenido ver es esta mezcla de personas
apelotonadas y manteniendo una sana conversación mientras siguen adelante con
su noche en medio del júbilo. La Bici es una anomalía. Personas de todos los
ámbitos de la vida son capaces de juntarse en armonía, deshacerse de la
mayoría de restricciones sociales y ser él mismo o ella misma o quien sea, o
incluso lo que quieran ser, para el caso.
Mike, un habitual de la BIci de veintipico años, es un expatriado de
Brooklyn que llegó a Sevilla hace seis años para enseñar inglés y escapar
de su vida en Estados Unidos pero decidió quedarse después de descubrir lo
mucho que le gustaba el país. Mike trabaja a partir de media mañana
hasta altas horas de la noche, y va a La Bici para relajarse y hacer que se
desvanezcan las largas clases y el ruido de sus enloquecidos estudiantes
adolescentes. Puedes encontrar a Mike al menos de dos a cuatro veces a la
semana en La Bici charlando con su compañero profesor de inglés, Peter, de
Londres, o echando abajo el local con el ritmo de su baile.
Elena, un joven española de la ciudad que tiene tres trabajos, va
igualmente a La Bici por su ambiente único y relajante y por la sensación de
calma que le proporciona. Aunque dos de sus tres trabajos son por la noche, va
a La Bici entre semana cuando no tiene que servir copas o promocionar espectáculos
de las famosas discotecas Kafka o Cosmos de Sevilla. Normalmente, puedes
encontrarla dos o tres veces por semana, saliendo con sus amigos Rasta o
diciéndole cortésmente a unos ancianos que se marchen mientras mantiene una
conversación con un artista o con uno de los porteros mientras se bebe una
cerveza.
Emilio, de Italia, decidió abandonar su Milán natal para viajar por Europa en bici y, como
él dice, ha encontrado en La Bici un espacio «libre» donde puede ser él
mismo. Cuando era trabajador residente en un albergue local cerca de la Plaza
de Museo, Emilio pasaba sus tardes libres tomando una copa o tres con sus
compañeros de trabajo o amigos. Siempre se puede contar con que Emilio estará
en La Bici quizás de cinco a siete veces al mes disfrutando de la música y
manteniendo conversaciones al azar con extraños, una práctica común en La
Bici.
Como dice uno de sus propietarios, «Es un refugio.» Un lugar para reunir
tanto a los que son aceptados como a los que no son aceptados por la sociedad
en un sentido de «caos autocontrolado.» La Bici la llevan dos hermanos de
Mendoza, Argentina, Andrés y David Quiroga que establecieron la Bici en 2009
después de comprar y convertir el espacio de un taller de reparación de bicicletas
a un «bar»
Lo que poca gente sabe sobre La Bici es que los hermanos lo habían
establecido originalmente y hasta cierto punto como un club-social privado
donde hacía falta una tarjeta del club para entrar. Ellos explican esto como
un método simple de justificar la entrada regulada a altas horas de la noche y
evitar las multitudes demasiado ebrias. Normalmente, sin embargo, se puede
entrar sin tarjeta de miembro si te portas bien en la puerta y solo estás con
una o dos personas más.
No hacemos nada que no nos guste; si no quisiéramos ser clientes de
nuestros propios negocios” explica Andrés.
Andrés y su hermano decidieron conservar la esencia de La Bici como una
tienda de bicicletas. Si entras a La Bici, encontrarás piezas sueltas de
bicicletas: ruedas, cadenas, pedales, manillares e incluso una bicicleta entera
colgando del techo entre los muchos otros objetos variados y obras de arte que te rodean en
La Bici. La Bici es la culminación de todo lo que los hermanos han hecho
hasta ahora. Han poseído y llevado muchos otros establecimientos, incluyendo
un café y un bar en la ciudad de Nueva York y otros tres negocios en España:
uno en Cádiz y dos en Sevilla, hasta que abrió La Bici. «La Bici es un reflejo
de nuestra infancia, de todos nuestros emprendimientos, viajes y experiencias
pasadas hasta ahora,» aclara Andrés. Ésta fue la base de la motivación que
subyace detrás del arte abstracto, la elección musical ecléctica que abarca
desde la Bossa Nova, el swing, las baladas de los años ochenta y el Hip Hop
Hardcore, a los muebles reciclados, los empleados peculiares y el ambiente
que ya de por sí es único de La Bici. «Es un poquito de todo», dice Andrés
con una sonrisa satisfecha.
Bajo un mismo techo, en una noche cualquiera, se puede escuchar el «Girls
Just Wanna Have Fun» de Cindy Lauper, «OPP» de Naughty by Nature, «La
Chica Ipanema» de Astrud Gilberto, y ver teatro en vivo con un grupo de gente
con la que nunca pensarías que te llevarías bien, resumió en pocas palabras.
La Bici es un fenómeno; el ambiente del establecimiento es tan espeso como el
humo que llena el lugar cada noche. La Bici es un lugar seguro, un lugar
único, un lugar tranquilo, un lugar acogedor. ¿Es La Bici un bar? Se podría
argumentar que La Bici es sólo un bar. Pero, después de estar allí por
primera vez, ya se sabe que lo único que tiene La Bicicletería de bar o de
normalidad es el tinto de verano y la cerveza Alhambra.
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