Se encuentra en el Barrio de Santa Cruz y va desde el Patio de Banderas a la calle Vida.
Está dedicada a la Judería, barrio judío sevillano, en la que se encuentra. Probablemente desde la época musulmana se conoció como postigo del
Alcázar, por ser una entrada menor por la que se salía extramuros y
luego al barrio formado junto al Alcázar, donde en época castellana se
establecería la Judería.
A mediados del siglo XIX era conocido como
callejón del Alcázar, denominación que conservará hasta 1943, en que se
rotula como Judería por lindar con ella. De trazado y anchura irregular,
se abre a través de un arco en el extremo izquierdo de la fachada del
Patio de Banderas; discurre como un corredor cubierto con viguería,
para, tras un tramo de cielo abierto, penetrar en un espacio de doble
ángulo, adintelado y abovedado con una cúpula ortogonal sobre trompas y
arcos fajones separando cada tramo, que es el postigo propiamente dicho.
Todo este conjunto tiene escasa altura. Discurre el resto hasta un
fondo de saco que coincide con un torreón en el que se abre otro
portillo. A la mediación de este tramo existe una abertura por la que se
comunica con Vida. Se configura como elemento de unión entre los dos
postigos y de comunicación con la Judería.
El suelo está pavimentado con
ladrillo formando rosca en sardinel. Se ilumina con farolas de brazo de
fundición tipo gas adosadas; resulta curiosa la situada bajo la bóveda
octogonal El caserío, que ocupa poco espacio en el conjunto de la calle,
pues la mayor parte lo constituyen muros de casas y la muralla, está
formado por seis viviendas de dos plantas con azotea de tipo popular, de
escasas dimensiones, por ocupar el espacio entre los torreones y la
muralla, y adornadas de geranios en balcones y terrazas. Están numeradas
correlativamente y lucen un azulejo indicativo de pertenecer al
Patrimonio del Estado. Resulta muy interesante la que abre su puerta al
espacio abovedado, labrada en un torreón y que deja ver un hermoso patio
con flores.
Su existencia probablemente estuvo motivada por la necesidad de
comunicar el sector del Alcázar con el barrio colindante. Se
consolidaría posteriormente al permitir acortar distancia entre el
actual barrio de Santa Cruz y la zona centro cuya única salida hasta que
se abrió Joaquín Romero Murube, era por Rodrigo Caro. Actualmente sigue
cumpliendo esta función para los que se dirigen desde Menéndez Pelayo
al centro histórico y administrativo.
En su entrada por el Patio de
Banderas hay un retablo de madera que alberga una pintura de Jesús
sentado. En el espacio abovedado conserva dos pares de goznes de piedra
que soportaron en el pasado sendas puertas. En 1942 se construyó una
fuente en el ángulo que forma uno de los torreones con la muralla,
cercada por una verja de hierro y adornada con una frondosa yedra.
En la
salida a Vida conserva una cancela y una cadena colgada de dos
marmolillos, cuya desaparición ya solicitó el periódico El Porvenir
en 1859 porque "sólo sirve para recuerdos que debían borrarse".
Constituye uno de los espacios más evocadores de todo el casco antiguo,
pues une a sus características morfológicas y a sus elementos
decorativos, el recuerdo legendario del rey Pedro I, que se dice solía
salir del palacio por este postigo en busca de aventuras y lances.
Cervantes lo cita en su novela Rinconete y Cortadillo, como límite del distrito que se le asignó a los pícaros para realizar su "trabajo". Alejandro Collantes en su obra La plaza de Doña Elvira, nos ha dejado una precisa descripción de ella. Luis Cernuda en el capítulo titulado El Magnolio, de su obra Ocnos, la evoca poéticamente
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