La Maestranza estalla en palmas y vítores hacia el torero que acaba de matar al toro. Éxito rotundo. Acompañado de su cuadrilla, da la vuelta al ruedo saludando al público. Los hombres le arrojan sus sombreros; las mujeres, flores y mantones. Una de ellas le arroja un anillo mientras grita: “¡Lo amo!”. Al instante, un hombre que no le quitaba ojo la abraza y le hunde en el pecho una navaja, arrebatándole la vida. Nadie se da cuenta. El asesino, llorando, le dice: “Carmen, te adoro”.
1845. El francés Prosper Mérimeé publica en la ‘Revue del Deux Mondes’, una pequeña obra titulada: ‘Carmen’. Mérimeé había estado en España 15 años antes, contratado por la condesa de Montijo como profesor de su hija, la futura emperatriz de Francia, Eugenia. Allí le contaron historias de bandoleros, fue a los toros y vio a mujeres bellas, como una que vio en Córdoba y de la que escribió: “Tenía una belleza que quien la viera una vez la retendría para siempre en su memoria”.
El libro tuvo cierto éxito, publicándose de nuevo en 1847, pero la historia no alcanzaría fama universal hasta 1875. Ese año, se estrena en la ‘Opera Comique de Paris’, una ópera compuesta por Georges Bizet sobre un libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halevy. Estos, habían mejorado la historia de Mérimeé con algunos cambios, como por ejemplo su final. En la novela Carmen muere en el campo, mientas que en la ópera lo hace en la plaza de toros.
Aunque tuvo un éxito discreto en su estreno, hoy es una de las más representadas en la Historia de la ópera. Con más de 100 versiones cinematográficas, es uno de los mitos más universales por los que se conoce a Sevilla en el mundo. En 1970, el escultor Sebastián Rojas, utilizando como modelo a su sobrina, crea un monumento de una mujer joven, guapa y desafiante que sería colocado en el Paseo de Colón, justo frente a la plaza de toros de la Maestranza.