Se encuentra en el barrio de San Lorenzo, muy cerca de la Alameda de Hércules. De hecho es una de sus perpendiculares, uniendo la calle Santa Clara con Jesús del Gran Poder, desembocando justo a las espaldas de la Casa de las Sirenas. Debe su nombre a un torso de estatua romana situado en un nicho entre las casas números 10 y 12. Antaño estuvo embutido en la pared, empleado como botarruedas. Aunque está muy desgastado, todavía se puede reconocer la forma de un tronco humano desnudo con una toga rodeando su cintura.
La Leyenda del Hombre de Piedra es una de las más conocidas por los sevillanos, especialmente por tener un lugar donde ver, in situ, el busto de piedra que da origen a la leyenda. La leyenda nos lleva a la época del rey Juan II (padre de Isabel la Católica), al siglo XV, pero antes de contarla es necesario conocer una norma que se publica durante el reinado del mismo y que se colocó por escrito en muchos lugares públicos de la ciudad. Veamos qué dice la placa colocada en la iglesia del Salvador, bajo la famosa Cruz de las Culebras. Dice lo siguiente
"El rey i toda persona que topare el Santísimo Sacramento se apee, aunque sea en el lodo so pena de 600 maravedises según la loable costumbre desta ciudad, o que pierda la cabalgadura, y si fuere moro catorce años arriba que hinque las rodillas o que pierda todo lo que llevare vestido".
La leyenda nos habla de una taberna donde varios hombres se encontraban bebiendo vino, cuando a lo lejos empezó a oírse una campanilla y unas voces que rezaban. Venían de San Lorenzo, e iban a dar la última comunión a algún enfermo de la feligresía. Tras el párroco, unas señoras con velas acompañaban el cortejo.
Los hombres salieron de la taberna y vieron como la comitiva aparecía por la calle de Santa Clara y se dirigían hacia el entorno de la Alameda de Hércules (que aún no existía, siendo en esa época todavía una laguna y una zona bastante degradada).
Los hombres de la taberna, más por obligación que por devoción, se arrodillaron ante el paso del sacerdote, el cual portaba en sus manos el viático con
la Hostia. Entre ellos se encontraba uno, conocido como Mateo el Rubio, uno de los delincuentes más conocidos del barrio. Éste, alardeando de valentía e incredulidad increpó al resto gritando: "Atajo de gallinas, que os arrodilláis como mujeres. Ahora veréis un hombre de verdad y no me arrodillaré, sino que me quedaré de pie para siempre".
Y así fue. Un rayo cayó sobre el valiente Mateo, acompañado de un trueno ensordecedor, hundiéndolo en el suelo hasta las caderas y convirtiéndolo en piedra para siempre.
Si dejamos a un lado la leyenda, seguramente se trate de un busto romano, utilizado como material de acarreo en la construcción de un nuevo edificio, o como otros apuntan, un busto romano utilizado como señal o reclamo de algún baño público de época musulmana ubicado en la zona.
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