Su creación implicó una labor de ingeniería de más de un año de preparación. El terreno pantanoso que se anegaba con las crecidas del río fue drenado mediante acequias. La superficie se rellenó con escombros y áridos que aumentaron el nivel del suelo, permitiendo poblar el recinto con tres hileras dobles y longitudinales de álamos orientados Sur-Norte. Así mismo, el nuevo parque fue embellecido con fuentes y con la colocación final de dos primeras y altísimas columnas sacadas de las ruinas de un antiguo templo romano de época adrianea que existió en la actual calle Mármoles, donde aún hoy se conservan otros tres fustes originales.
Inicialmente los fustes localizados fueron seis, todos de granito y con basas de mármol: los tres que permanecen in situ, los dos que se trasladaron en 1576 a la Alameda, y otro más que se partió cuando era transportado al Alcázar y permaneció un tiempo tirado en la actual calle Mateos Gago, en cuyas cercanías debió ser enterrado.
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